JUEVES 28 DE ENERO DEL 2016.-
Hay ocho estrenos entre los que encontramos piezas de antología como
el western existencial “El renacido”. Entre el resto, está el documental “Salad
days”, documental de Scott Crawford, sobre la década punk en Washington,
1980-1990, que se ofrece en el BAMA.
UNA BUENA RECETA
De John Wells. Con Bradley Cooper, Sienna Miller, Daniel Brühl, Emma
Thompson, Uma Thurman, Alicia Vikander, entre otros. Música de Rob Simonsen.
Duración: 95 minutos.
BUENA. CÓMO SUPERAR LOS FRACASOS
El mundo de la alta cocina resulta atractivo para generar historias
donde siempre surgen subtemas que nos tocan: desde la reconstrucción personal
hasta la convivencia laboral, la superación del fracaso, el volver a empezar, e
incluye, en este caso, el rol del periodismo.
John Wells, el realizador de “Agosto”, recurre a un texto convencional
valiéndose de un elenco fantástico y de una fotografía con impacto visual:
deliciosos platos presentados en todo su colorido.
Bradley Cooper encarna al chef que, por déspota y soberbio en su
metier y por sus adicciones, pierde su restorán en Francia. La historia
comienza en New Orleans donde está cumpliendo una hazaña: pelar un millón de
ostras. Este empeño por salir adelante y la ayuda de un amigo francés le
permiten radicarse en Londres donde recomienza con la ayuda de una médica y de
una ayudante. El objetivo es recuperar su estatus de “dos estrellas Michelin”.
Previsible guión por lo transitado, John Wells logra una narración
ágil, nerviosa, basándose en la impronta actoral de Bradley Cooper y, en este
caso, en el golpe visual que producen los sutiles manjares que elabora. La presencia escénica de Cooper y del resto
del elenco, desde Sienna Miller hasta Uma Thurman, pasando por Emma Thompson y
Daniel Brühl, sin olvidarnos de la muy actual Alicia Vikander (“La chica
danesa”, entre otras), transforman un esquema rutinario en una comedia
agradable, refinada, magnética. La cocina y sus vicisitudes se transforman en
secundarias: vale la actitud del protagonista que va sorteando etapas en busca
de sus objetivos dentro de su entorno y el comportamiento de éste. Es, en
definitiva, una comedia sobre la superación. Para ver.
Carlos Pierre
50 SOMBRAS NEGRAS
De Michael Tiddes. Con Marlon Wayans, Kali Haw, Jane Seymour, entre
otros. Música de Jim Dooley. Duración: 92 minutos.
BUENA. OCURRENTE PARODIA
Dentro del género de las “spoof movies” (películas de parodias), el
realizador Michael Tiddes y el popular actor Marlon Wayans, también autor del
guión del film, parodiaron la película “50 sombras de grey”, de la inglesa Sam
Taylor Johnson basada en el primer libro de la trilogía escrita por E.l. James. Gran fracaso, el film de Tiddes
va por mejor senda por lo ocurrente y la ausencia de escatología. En verdad.
Michael Tiddes y Marlon Wayans son socios en el mercado de las “spoof movies”,
siendo la anterior “Inactividad paranormal”.
Un afroamericano,
“Christian Black” (Marlon Wayans), sosías de “Christian Grey”, es un exitoso
empresario gracias al robo de billeteras, celulares y coches. Seduce a la estudiante
de periodismo, también afroamericana “Hannah” (la bella Kali Hawk), a quien
somete a latigazos y juegos eróticos, cargados de burlas como preguntar a la
atribulada mujer “quién mató a Bin Laden” antes de propinarle alguna palmada en
la cola.
En el elenco aparece la
actriz Jane Seymour como la madre blanca adoptiva de Christian, ejemplo más que
claro de la narrativa bizarra de esta película. En esto reside el “encanto” de
esta película, un entretenimiento ligero, divertido, dirigido a todo aquel que quiera
pasar un rato despreocupado. Tendrá más éxito que la original.
Carlos Pierre
SI DIOS QUIERE
Guión y dirección de
Edoardo María Falcone. Con Marco Giallini, Alessandro Gassman, Laura Morante,
Ilaria Spada, Edoardo Pesce, Enrico Ortiker, entre otros. Música de Carlo
Virzi. Duración: 87 minutos.
BUENA. LA “FAMILIA
UNITA” EN JAQUE
Auspicioso debut del
realizador Edoardo María Falcone con esta comedia donde pone a prueba el
machismo acendrado italiano, el concepto de “familia unita” y el ateísmo
recurrente en el país que contiene a la ciudad el Vaticano, confrontándolos con
las libertades sociales de las nuevas sociedades. “Tommaso” (Marco Giallini) es
un afamado cardiólogo que mantiene su hogar bien “alla italiana” con su esposa,
resignada ama de casa (Laura Morante), con una hija mujer (Ilaria Spada) que
debe aceptar el mandato paterno y un hijo varón (Enrico Oetiker) en el que
“papá tano” ha puesto todas sus esperanzas: futuro médico, el “único”
inteligente de la familia capaz de llevar adelante el apellido, preocupación
archipeninsular.
La historia tiene un
punto de explosión: ese hijo inteligente declara su amor a Jesús y desea tomar
los hábitos. Y se produce un duelo actoral interesante y disfrutable entre
Marco Giallini, el “Tommaso” padre de familia, y el sacerdote “Don Pietro”, un
estupendo Alessandro Gassman, quien interpreta a un cura descontracturado y de
ideas tan firmes como las del cardiólogo.
El autoritarismo del
jefe familiar, la sumisión de las mujeres a sus decisiones y su verborrágico
ateísmo, tambalean ante el hijo varón y el sacerdote que lo acompaña en su
decisión. ¿Cambiar el destino de una familia por seguir la propia vocación? Quebrar
la tradición de “las mujeres en casa y el varón en la universidad? Mucho para
el corazón de “Tommaso”.
Divertida, amable, esta
comedia italiana pone en jaque los principios hasta ahora inamovibles del
concepto de familia que, como pueden, los italianos intentan mantener. Falcone
agrega una fotografía estupenda de la Roma con vestigios imperiales,
destacándose las escenas nocturnas y una secuencia en especial: una cena
familiar en la terraza que da al Castel Sant’Angelo y, a lo lejos, la
impresionante cúpula de la Basílica de San Pedro.
Casting acertado,
gracia en las actuaciones, secuencias eficaces, sin desperdicio, son algunos de
los méritos que muestra Falcone, quien logró el premio David di Donatello como
mejor Opera Prima en esta acertada comedia que desnuda un poco más el concepto
de “jefe de familia” en su país, con mucho sarcasmo y energía.
Carlos Pierre
MIS HIJOS (DANCING
ARABS)
De Eran Riklis. Con
Tawfeek Barbom, Yael Abecassis, Michael Moshonov, Ali Suliman, Danielle Kitzis,
Laetitia Eido, Razi Gabareen, Norman Issa, entre otros. Música de Jonathan
Riklis. Duración: 104 minutos.
MUY BUENA. CUESTIÓN DE
IDENTIDAD
El reconocido director
israelí Eran Riklis regresa con un film profundo y agradable sobre la
identidad, partiendo de la base de que el 20 por ciento de la población israelí
es árabe. Construye un film a partir de la aceptación de lo que él vive y
conoce: cada lugar de Medio Oriente, en conflicto o no, determina una herencia,
un legado, una religión, una raza. Se la acepta o se la niega, se vive o se
muere por la condición con la que se nace. Además, Riklis es un luchador por
las causas de los pueblos, denunciando (“Los limoneros”, 2006) el avance
israelí en tierras palestinas.
Basado en la novela de
Sayed Kashus, Riklis sitúa la acción en un joven palestino nacido em la ciudad
de Tira que recibe una beca para un prestigioso colegio judío en Jerusalén. Es
el primer árabe que ingresa y debe hacer enormes esfuerzos para encajar en la
nueva sociedad. Se enamora de una joven judía y esto le vale dejar los
estudios, siendo refugiado por una mamá judía cuyo hijo está enfermo. Tiene la
misma edad que el protagonista. Y surge la decisión de éste: adoptar otra
identidad para poder sobrevivir.
Tal como explicó Eran
Riklis, la narración es una danza lenta en la que judíos y palestinos están
embarcados, defendiendo sus identidades, sus creencias, sus estilos de vida.
Solos o acompañados por las familias, la lucha por la identidad es una cuestión
de honor que se batalla en soledad individual. Sin mostrar los horrores de la
guerra que los dividen a israelíes y palestinos, Riklis retrata magistralmente
el drama que ambos pueblos viven en las décadas del 70 y del 80 (y que
continúa), en una Palestina agobiada por los ataques y en una Jerusalén que
teme un atentado. Es una narración acompasada, plena de individualidades que no
se resignan a “no ser” lo que son, que Riklis maneja con depurada técnica
cinematográfica y conocimiento cabal de la dirección actoral. Desnuda la
incomprensión, la intolerancia de ambos lados, y pone sobre el tapete la
zozobra personal de cada integrante de las dos sociedades a través del
protagonista y del noviazgo y la carrera quebradas. ¿Son iguales, son tan
diferentes? O son seres humanos tratando de sobrevivir a la intolerancia de
regímenes políticos?
Pasión, desigualdad,
sufrimiento, y búsqueda de la propia identidad, sin traicionarse, son solo
algunos de los temas que Riklis nos deja en el corazón y en la mente, con la
obligación de la reflexión sincera.
Carlos Pierre
EN LA MENTE DEL ASESINO
De Afonso Poyart. Con
Anthony Hopkins, Colin Farrell, Jeffrey Dehn Morgan, Abbie Cornish, entre otros.
Música de B.T. Duración: 101 minutos.
BUENA. DUELO ACTORAL
ENTRE HOPKINS Y FARRELL
Afonso (sin “l”) Poyart
es un joven director brasileño cuyo único antecedente en largometrajes es “Dos
conejos”. En su segundo largometraje, arremete con una historia de
parapsicólogos y policías con Sir Anthony Hopkins y Collin Farrell, quienes
establecen un real duelo actoral dentro de un plano casi virtual: quién es más
parapsíquico, quién domina a quién.
El contexto narrativo
surge a partir de una serie de asesinatos que tienen un elemento en común: las
víctimas no sufrieron, y, en las autopsias, se comprobó que padecían de cáncer,
algunos con la enfermedad declarada, otros sin saberlo. El título en inglés nos
explica mucho más: “Solace” o sea “Consuelo”. Anthony Hopkins nos regala una de
sus grandes actuaciones, alejada de los rictus de “Hannibal Leckter”, con una
gestualidad exquisita. Colin Farrell no va en zaga y, si bien aparece promediando
el film, tiene una performance contundente.
Los asesinatos en serie
llevan al agente del FBI Joe Merriwether (Joffrey Dean Morgan) a buscar a un
agente retirado, médico, y parapsicólogo: el doctor John Clancy (Anthony
Hopkins). Con solo tocar a la persona, Clancy tiene imágenes del futuro
sufrimiento de esa persona. Estos hechos que no puede manejar lo dejan en
trance por algunos minutos, escenas que Hopkins acomete con una naturalidad impresionante.
En verdad, el tema no
es nuevo: la parapsicología colaborando con la policía. La aparición de Anthony
Hopkins nos ingresa en otro film. Sin llegar a la excelencia, la historia va atrapando,
es una cacería del gato y el ratón, cargada de tensión. El tema policial decae y
la ausencia repentina (el film lo explica) del agente Joe (Jeffrey Dean Morgan)
es absurda, inverosímil. De allí en más, será Hopkins quien lleve adelante la
trama hasta que Colin Farrell aparezca. La paranormalidad es la cuestión a
resolver, ¿ayuda? ¿Es real? Afonso Poyart, nacido en un país donde estas
creencias tienen un fuerte arraigo más que las religiones tradicionales, se
apoya con fuerza en el tema, se apasiona y lo deja en manos de dos grandes
actores. Sin ser la mejor película sobre el tema, Poyart logra una narración
sincera, fuerte. El sentido de tanta muerte es el no sufrimiento, una eutanasia
no admitida pero que existe aunque no sea coincidente con la postura de Poyart
(asesinatos). Es un tema intenso que atrapa, no es novedoso pero entretiene.
Elsa Bragato
EL RENACIDO
De Alejandro G. Iñarritu.
Con Leonardo
Di Caprio, Tom Hardy, Will Poulter, Domhmall Gleeson, Forrest Goodluck, entre
otros. Colaboración de los argentinos
Armando Bo y Nicolás Giacobone (ganadores del Oscar al mejor guión 2015 con G.
Iñárritu por “Birdman”). Música de Carsten Nicolai y Ryuichi Sakamoto.
Fotografía de Emmanuel Lubezki. Duración: 156 minutos.
EXCELENTE. BRUTAL Y
DESGARRADOR WESTERN
La respiración fuerte,
entrecortada, de “John Glass” (Leonardo Di Caprio) es la clave del film “El
renacido” que narra la vida del trampeador y cazador de pieles John Glass,
generador de una leyenda que dio origen al libro del mismo título que el film,
escrito por Michael Punke en el 2002. La larga y desesperante narración de Alejandro
G. Iñárritu cuenta la travesía que John Glass inició en 1822 junto a un grupo
de hombres elegidos por el capitán Ashley para remontar el río Powder y
encontrar nuevas rutas para las trampas. Son cercados por los indios “arikara”,
llamados “rees”, y pocos logran salvarse. Glass va con su hijo, Hawk (Forrest
Goodluck), y algunos compañeros entre quienes está el codicioso Fitzgerald (Tom
Hardy) y el jovencito Bridger (Will Poulter). Se separa del grupo y es atacado
por una osa grizzly, que cuidaba a su cría. Son dos feroces ataques quedando
casi sin vida al cuidado de sus compañeros y su hijo, mientras el capitán
regresa con los sobrevivientes al Fuerte Kiowa en Missuri. Fitzgerald mata a
Hawk y da por muerto a Glass, abandonándolo y obligando al joven Bridger a
hacer lo mismo.
Comienza entonces la
odisea y la sobrevivencia de John Glass, que será atacado por los indios
nuevamente, que deberá saltar a ríos con enormes cascadas, mientras intenta
curarse de las brutales heridas que tiene. Realmente son escenas impresionantes
que obligan a contener el aliento. La falta de alimento es otro de los temas a
resolver y aquí Alejandro G. Iñárritu hace gala de cierto fervor “gore” que le
conocimos en la tremenda “Amores perros”, muy al estilo Tarantino. Hay escenas
que pueden impresionar por lo que advertimos: desde despanzurrar a un caballo
para convertirlo en “carpa” hasta comer pescados vivos o hígados crudos de
otros animales. La sangre roja se mezcla con el blanco de la nieve,
recurrentemente.
Si bien estamos en el
género del western, éste será memorable por su realización y por la actuación
de Leonardo Di Caprio, obligado a escenas de gran valor, de gran arrojo, muchas
desgarradoras, de brutal verosimilitud. Más allá de la intensidad de Di Caprio
y de Iñárritu, están los metamensajes de vida sobre la existencia de Dios que
se transforma en un concepto maleable: para algunos es el dinero, para otros es
la familia, o bien el llanto por los seres queridos perdidos, la venganza que
Dios no permite pero que el alma humana es capaz de cometer a pesar de sus
creencias. John Glass se plantea desde el comienzo su premisa de vida: no dejar
de respirar, seguir adelante siempre. Sabe que Dios no es, por lo que intenta
aferrarse a sus principios. Manejar el destino de los otros, ¿por qué? Por qué
el dolor de la pérdida, de la feroz muerte, del suplicio físico y del alma? Di
Caprio grita, se aferra a la tierra con las manos heridas, su actuación es tan intensa que conmueve
profundamente.
Es realmente un film sorprendente,
desesperadamente desgarrador, que parte de un hecho real para adentrarse, poco
a poco, en el alma del hombre de frontera John Glass. Es imposible no
sobrecogerse ante escenas de tamaña crudeza vital. Al borde de la muerte, Tom
Hardy y Leonardo Di Caprio establecen un duelo actoral asombroso. Sangrientos
encuentros, aún a costa de que Dios esté mirando.
La fotografía de
Emmanuel Lubezki vuelve a transformar secuencias simples en cuadros de enorme
belleza: planos secuencias que se pierden entre las copas de altísimos árboles
para clavarse en el cielo, preguntas existenciales de John Glass trabajadas
como metáforas visuales.
Merece un párrafo
aparte la música de Sakamoto con la colaboración de Ryuichi: un piano
eléctrico, un piano, un violoncello y percusión oriental, inquietante,
perturbadora. Apenas unos compases que repiten una corta línea melódica bastan
para que las secuencias cobren otra fuerza.
Filmada en Montana,
California, Argentina, entre otras locaciones, “El renacido” es uno d e los
grandes films del año por realización y actuación. Y quedará en la historia de
los westerns más brutales, vitales y conmovedores.
Elsa Bragato